Monday, November 27, 2006

El Cumpleaños de Lynn Roderich, Entrega #1

Aviso: La idea se me ocurrió, irónicamente, durante un lapsus mental en el cumpleaños de una gran amiga.

Aviso 2: Use nombres extranjeros para evitar alcances de nombres y evitar que ustedes piensen mal de mi.

Aviso 3: Mentí arriba, me importa un comino lo que ustedes piensen


¿Que diablos estoy haciendo aquí?

Esa frase es lo primero que se me viene a la mente al observar donde estoy: en medio del Salón Dorado del Hotel Richmont, un lugar que parece salido de los años 50, rodeado de viejos decrépitos y putrefactos, hijitos de papi que solo hablan de cuantas mujeres se agarraron anoche y cuantos whiskys se tomaron en 60 segundos, arribistas y lameculos de diversa índole; pero no es nada comparado con la arpía que tengo aquí en frente mío…

-Mira pobre diablo, mejor que cambies la cara de arrastrado, si no te va a pesar, tu sabes bien quien es mi papi, así que si no quieres problemas, será mejor que sonrías y seas adorable…

Lynn Roderich, hija predilecta del banquero Klaus Roderich (un viejo bastardo decrepito que esta todo podrido, pero que aun no se muere), miembro de la alta sociedad, además de puta y arpía por hobby, me tiene atrapado en sus garras, y todo por ser un maldito baboso que no puede decir que no… y además ser mas pobre que una rata.

El asunto es que Lynn me “convenció” de que fuera su acompañante oficial el día de su cumpleaños. El problema era que eso era solo para sacarle celos a un amante, que parece salido de un cartel de Calvin Klein. Al principio me negué, pero ella me ofreció que si sobrevivía la noche me pagaría un millón. En un instante pensé en decirle que se metiera el millón por donde le cupiera, pero estaba en la ruina y una hipoteca me estaba pisando los talones (que ser escritor a destajo no es algo que precisamente deje muchos dividendos), así que tuve que acceder. Además había otro factor: Lynn es grotescamente hermosa, tiene una cabellera rubia dorada, ojos claros, tez pálida como la de una vampiresa, un cuerpo que parece esculpido por Miguel Ángel, su voz, sobre todo su voz literalmente me derretía, que incluso cuando me trataba como desecho de perro yo aceptaba gustoso…Esa era justamente una de las aficiones de Lynn: tratarme como mierda, y yo, siendo un maldito baboso imbécil, se lo permitía gustoso.

Así que aquí estaba, haciendo de decorado al lado de Lynn (que estaba con un vestido rojo que prácticamente me deja ciego), junto con todos sus amigos de la alta sociedad, lo que tenia que hacer era mentir un poco sobre mis actividades y sonreír como un idiota (algo que nunca he podido hacer bien), así que trataba de hablar lo menos posible, sencillamente me limitaba a saludar y nada mas.

Lo que mas temía era que entre los invitados hubiera algún conocido mío (como si tuviera tantos amigos) y me delatara. Con ello, no solo seria el hazmerreír del cumpleaños, sino que perdería el millón y causaría la ira de Lynn (créanme cuando les digo que ella estando furiosa hace parecer a Reinhard Heydrich como una monja de la caridad)

Así que me convertí en un paranoico con delirio de persecución. Cada vez que podía miraba entre la gente para ver si aparecía alguna cara familiar, o si alguien me mirara de forma sospechosa.

De pronto la banda de viejos decrépitos de los 50 empezó a tocar un vals…

-Ya, vamos a bailar el vals, y lo pagaras caro si te equivocas.

Lynn, eres tan adorable…

Así que empezamos a bailar. Demás esta decir que soy mas tieso que un muerto por hipotermia, así que me fue bastante difícil llevar el ritmo. Lynn me miraba como si fuera a ahorcarme cada vez que me equivocaba, y al mismo tiempo sonreía a la pareja que se cruzara. En eso estábamos cuando de pronto se cruzo como un rayo una cara familiar, al principio pensé que solo eran mis nervios y mi paranoia, pero de nuevo vi esa cara familiar, y la vi….

Era Elizabeth Csestje…. Liz…

-Dios santo, ahora si estoy jodido, me dije

¿Qué estaba haciendo ella aquí? Como pasó?, trataba de esconder mi cara para que no me reconociera, no sólo por las razones que mencione anteriormente, sino por una razón mas profunda…

Liz fue el amor de mi vida (traduciendo, fue la única persona que me tomo en cuenta) pero, como soy un idiota, terminé arruinándolo todo y ella me terminó odiando…

Y allí estaba bailando, con ese vestido negro de encaje, y su pelo castaño oscuro, tan hermosa como el día que me dijo que no deseaba verme nunca mas…

Estaba pensando en eso cuando Lynn se percato de que estaba mirando a Liz, y empezó a increparme:

-Oye, deja de andar mirando a putitas, mírame solo a mi, ¿oíste?, si te encuentro hablando con alguna perra, me asegurare de que no te vuelvas a masturbar en lo que queda de tu patética vida. ¿Queda claro?-

Rezaba que ello significara que me cortara las manos y no otra cosa.

Al momento de acabar el vals, Lynn me soltó de sus garras, diciendo que iba a hacer preparativos para su discurso de cumpleaños y que no me moviera de aquí. Lo primero que hice fue interceptar al primer mozo que ví y robarle una copa de vino. A pesar de que no soy muy bueno con el alcohol, admito que me hacia bastante falta, ya que es difícil aguantar a Lynn estando sobrio. El vino me lo tomé casi al seco, ya que tenía hormigueos en las manos. Decidí esconderme en la cocina un rato para evitar ser descubierto, tanto por algún idiota como por Liz.

¿Se han fijado que los meseros, al igual que los mayordomos, tienen siempre la misma cara? Tienen esa expresión de “¿se va a servir algo, monsieur?”

Resulta que en el camino al ascensor me tropecé con un mesero que no tenía esa expresión en el rostro, lo que me pareció bastante sospechoso. Tenía una cara muy rara, como si estuviera tramando algo, y de reojo ví su mano, y ví que tenia un tatuaje en él. Era un símbolo que había visto antes, parecía de alguna religión antigua, pero no me acordaba en ese momento… pero mi preocupación por no ser descubierto era mayor, así que seguí caminando hacia la cocina.

El problema es que la cocina no estaba en el mismo piso que el Salón Dorado, así que tendría que usar el ascensor. Me acerqué sigilosamente y marqué el botón. El ascensor llega y no hay moros en la costa. Excelente. Me disponía a subir cuando escucho una voz conocida que me llama por mi nombre…

(Continuará)

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